El 29 de octubre un temporal de dimensiones nada previsibles asoló numerosos municipios de la provincia de Valencia. Los niveles que alcanzó el agua embarrada fueron de hasta casi cuatro metros de altura en los pueblos más cercanos a los barrancos y, por ende, todo aquello que se encontró a su paso, quedó gravemente perjudicado.
Si bien los primeros días la población acudimos en masa a pie a ayudar a las personas a limpiar sus casas, en cuanto se pudo acceder a las zonas dañadas, desde la Conselleria de Educación, Cultura, Universidades y Empleo de la Generalitat Valenciana, a través de la Secretaría Autonómica de Cultura, se inició una campaña de inspección y acompañamiento a todos los términos afectados, con especial incidencia en los bienes muebles dañados, a la vez que se buscaba una ubicación para su desalojo en casos de extrema necesidad.
Para estas labores de inspección se organizaron equipos multidisciplinares de conservadores, restauradores, bibliotecarios, archiveros y arqueólogos que recorrieron las distintas localidades con el fin de conocer el alcance de los daños y establecer unas prioridades de intervención inmediata. Estos recorridos comenzaron por los municipios menos afectados, aunque la lógica pudiera indicar lo contrario, y se siguieron instrucciones de los cuerpos de seguridad, quienes insistían en que la prioridad eran los desaparecidos.
Por ello, los técnicos más especializados en emergencias, entre los que se encontraba el equipo de restauradores del Institut Valencià de Conservació, Restauració i Investigació (IVCR+i), se desplazó a localidades como Picanya, Alfafar y Paiporta, para no interrumpir en las labores de rescate más inmediatas y prioritarias.
De la información recabada de estas labores previas, se prepararon equipos de actuación in situ en los que se dio preferencia a los almacenes de obras de arte gravemente afectados, algunas iglesias y, muy especialmente, a los archivos municipales que, por la naturaleza de los materiales orgánicos que componen sus fondos, eran los que más habían sufrido las consecuencias del agua y el barro.
Respecto a las obras pictóricas y escultóricas de almacenes de arte, los técnicos fueron desembalándolas in situ, desechando las cajas de almacenamiento por su infestación. Una vez retirado su embalaje, se procedió a una limpieza superficial del barro y a la nebulización con una solución hidroalcohólica antes de ser trasladadas a nuevos depósitos destinados en exclusiva a la recepción de estas obras.
Durante esta primera fase se elaboró una ficha detallada de cada obra y, posteriormente, se evaluará la necesidad y conveniencia, con orden de prioridad, de la restauración integral de las obras dañadas.
En el caso de los archivos municipales, el panorama era desolador. La mayoría de los archivos que visitamos ocupaban espacios en plantas bajas y sótanos. La fuerza del agua de la riada del 29 de octubre destrozó puertas metálicas, incluso compactos repletos de documentación, por lo que el acceso en los primeros días sólo se pudo realizar de la mano de bomberos que aseguraban el paso de las inspectoras.
Resulta muy complicado describir la sensación de pérdida y abatimiento que experimentamos quienes entrábamos en aquellos espacios con barro hasta las rodillas, con volúmenes ingentes de libros y documentos hechos un amasijo con el lodo y con una proliferación de microorganismos en las paredes y en los propios bienes que se iba incrementando en cada visita. A esto hay que añadir que muchos de los responsables de estos archivos habían sufrido personalmente las consecuencias de esta terrible riada, y que éramos nosotros los que les contábamos cómo se hallaba el fruto de su trabajo meticuloso de décadas. Emocionalmente también resultó complicado asumir tanta tragedia en lo personal y en lo profesional.
Superado este primer nivel, organizamos la recogida de los documentos y libros de archivo para que, en el espacio de seis mil metros cuadrados que nos cedió Feria Valencia y que hemos tenido que ampliar a diez mil, pudiéramos iniciar las tareas de rescate ya que en los mismos archivos municipales, muchos con centímetros de barro hasta varias semanas después, resultaba literalmente imposible.
Fue en este momento, al dimensionar la envergadura de los archivos municipales, judiciales y parroquiales que necesitaban una actuación de emergencia, se solicitó al Ministerio de Cultura la activación del Plan Nacional de Emergencias y Gestión de Riesgos en Patrimonio Cultural. Así, dos semanas y media después de la catástrofe, técnicos del IVCR+i, restauradores del Archivo del Reino de Valencia, técnicos de la jefatura de servicio de archivos de la Dirección General de Cultura y restauradores de toda España que trabajan en el Ministerio de Cultura, investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, voluntarios universitarios y otros, sumamos esfuerzos para iniciar el rescate de los libros y documentos. En un primer momento, éramos nosotros mismos quienes recogíamos la documentación hasta que se pudo sumar a los traslados la Diputación de Valencia, la Policía Autonómica y el Ejército, a través de la Unidad Militar de Emergencias.
El espacio de Feria Valencia resulta muy adecuado no sólo por sus dimensiones sino por la facilidad de acceso y la altura de los techos, entre otras muchas ventajas. Allí fuimos extendiendo la documentación que llegaba en cajas de archivo embarradas. Eliminamos cada uno de estos contenedores, así como otros que resultaban superfluos como carpetas o fundas de plástico y procuramos corrientes de aire con la ayuda de ventiladores.
La escasez de material de los primeros días, a pesar del apoyo y soporte constante de la Generalitat Valenciana y el Ministerio de Cultura, nos ofrecía pocas opciones de tratamiento, hasta que incorporamos dos técnicas aparentemente sencillas pero que han dado unos resultados satisfactorios. Por un lado, separamos bloques de documentación completamente empapada a través de hueveras que, aunque parezca increíble, no sólo soportan el peso sin deformarse, sino que no absorben la humedad de la documentación o de los libros. En un segundo momento, y conforme vamos eliminando humedad, tenemos la posibilidad de hacer estos bloques más pequeños, e incorporamos papeles secantes u otros finos sin encolar que absorben la humedad y permiten su cambio, aunque por la envergadura de las colecciones, no tan rápido como quisiéramos. Estamos ahora mismo en esta fase de secado que durará todavía, unos meses.
Por otro lado, y a sugerencia de Arsenio Sánchez, conservador del Instituto de Patrimonio Cultural de España, contamos con dos envasadoras de vacío en las que estamos introduciendo la documentación con secantes para acelerar su secado. Si bien es pronto para sacar conclusiones, está resultando el método más adecuado para procesos de secado en marcha con la primera humedad importante eliminada, y en la fase final, después de aspirar cada volumen, para alisar las encuadernaciones deformadas por el secado inicial por oreo.
Se están incorporando, a medida que tenemos más materiales disponibles, el secado tradicional con papeles absorbentes, maderas y peso, pero es imposible llegar a todos los libros y documentos que allí custodiamos.
La fase siguiente, con la documentación seca, consiste en la aspiración de todos estos depósitos, ya que la proliferación de microrganismos en la superficie es evidente. De hecho, la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universitat de València está realizando un estudio para determinar las especies que han proliferado a consecuencia de la inundación, con técnicas avanzadas de ADN. Consideramos que es un momento único para determinar el comportamiento de estos seres en circunstancias excepcionales.
El objetivo primordial en este proceso es poder salvar la información de estos volúmenes, legajos y pliegos. En un segundo momento, que debemos dimensionar más adelante, se propondrá la intervención de restauración en la documentación más valiosa que coincide con series más antiguas de archivos judiciales y parroquiales, y del archivo único de la Federación Sindical de Arroceros de España del que es titular el Ayuntamiento de Alfafar.
Un agradecimiento especial merece la Asociación Valenciana de Archiveros que completa la labor con un enfoque especializado y que ha ayudado a los archiveros locales a priorizar la documentación más importante para ser rescatada.
La localidad de Picanya, una de las más afectadas, alberga su iglesia en la orilla del barranco del Poyo. El agua alcanzó los 3,80 metros de altura, las imágenes se desplazaron de su ubicación habitual y el agua embarrada produjo unos destrozos muy severos en los retablos de las capillas laterales, además del archivo de documentos parroquiales. En los primeros días después de la catástrofe, numerosos voluntarios colaboraron con los vecinos en la limpieza de la iglesia y el traslado de las imágenes y los libros. Sin embargo, el nivel de humedad alcanzado y los residuos de barro dentro de las estructuras de los retablos hizo que los microrganismos que habitualmente residen en el ambiente se desarrollaran y proliferaron en la superficie de estos bienes con unas dimensiones que jamás habíamos observado. Esta iglesia ha tenido que ser clausurada a petición de los inspectores que la hemos visitado, para evitar un riesgo a la población que en ella se congrega.
La primera acción que realizamos fue la apertura de las zonas bajas de los retablos para poder ventilar y, con satisfacción, podemos afirmar que, a pesar de la cantidad de barro depositado, se ha logrado secar el lodo y los microorganismos parece que estén remitiendo, no obstante, a la espera de tener el apoyo de efectivos de la Unidad Militar de Emergencias, tenemos la intención de aspirar y desinfectar la superficie de todos ellos al objeto de devolver a los parroquianos su lugar de encuentro y símbolo de la población. Tuvimos que rescatar una de las imágenes que había quedado encerrada en su hornacina, pero que está a buen recaudo y en una zona con ventilación que mejorará, sin duda, su estado de conservación.
Todavía queda el balance de todos los bienes que, aunque estabilizados, requieren un proceso de restauración en profundidad. A este respecto, decir que la prioridad habitual de las intervenciones no va a estar marcada por la importancia histórico-artística de cada pieza, sino por el valor que estas comunidades otorguen a esos bienes.
La labor es titánica pero con el entusiasmo y el esfuerzo compartido seguro que llegamos a atender a un nutrido espectro de bienes muebles.
Quiero felicitar de manera especial a los custodios de estos bienes que han superado dramas personales y no han descuidado los bienes comunes, a los técnicos que se han desvivido por estar en el rescate inicial en condiciones lamentables, y a las Administraciones que diariamente valoran y apoyan el trabajo conjunto de recuperación.
Gemma María Contreras Zamorano
Directora del Institut Valencià de Conservació, Restauració i Investigació.